Comentario
Capítulo XXXIII
De los sortilegios y adivinos que había entre los indios
Ya que hemos entrado en esta materia, tan intrincada y aún tan acostumbrada entre esta gente ciega, enseñada por el demonio, por concluirla de una vez, no quiero saltar a Otras cosas que quizá darán más gusto a los lectores.
Había también entre los indios muchos menos que tenían oficio de sortilegios, cosa tenida entre ellos por útil y necesaria y, como ninguna cosa trataban ni emprendían, que no precediese a ella echar suertes, así hubo muchos deste oficio, y lo usaron algunas mujeres, para saber culquier negocio que querían hacer, y cuál sacrificio era agradable a la huaca. Usaban de palabras mezclando con ellas idolatrías y supersticiones. Escogían los curacas para este oficio a indios pobres, que ya les faltaban las fuerzas para otros ejercicios de trabajo, y así era gente vil y miserable, los tales. Para darles oficio, hacían primero ayunos y ceremonias y ritos. De la manera que dijimos hacían elección de los demás hechiceros.
Para este oficio usaban de diferentes artificios, en especial con pedrezuelas de diferentes colores o con piedras negras o con maíz o con chaquira. Todos los instrumentos del oficio los guardaban sus herederos y sucesores con grandísimo cuidado, como reliquias, para usarlas a su tiempo, que es el de la vejez, para engañar al vulgo. Decían que el trueno o alguna huaca les dio los tales instrumentos; otros decían que un difunto se las trujo de noche; otros decían que, en tiempo tempestuoso, algunas mujeres se empreñaron del Chuquii Llaquees, el trueno, y al cabo de nueve meses las parieron con excesivo dolor, y que les fue enseñado entre sueños, que serían muy ciertas las suertes que con ellas echasen.
Estos tales adivinos eran tenidos en gran crédito y veneración de los indios, y era, de manera que si decían a algún indio que había de morir, porque así lo significaban las suertes que había hechado, no dudaba de sacrificar su propio hijo, para trocar su vida con la de su padre.
De adivinanzas era más general entre los chinchay suyos de echar suertes. Otros adivinaban con mazorcas de maíz o algún tiesto quebrado por las manos, y palmas de los dedos y, conforme como corrían, así adivinaban los sucesos. Otros echaban para esto unos frijoles colorados, que llaman guaitos, y otras diferentes cosas que del todo no las han olvidado, y las usan algunos hoy, aunque con mucho secreto.
Otra suerte había de sortilegios, que decían lo que estaba por venir, mascando cierta coca, y echaban del zumo con la saliva en la palma de la mano, y tendían los dos dedos mayores y, si caía por ambos igualmente, el suceso habría de ser bueno y, si caía por uno solo, malo y siniestro. Para esto precedía un sacrificio con adoración al Sol; y otros solían preguntar los sucesos a las huacas, y aun recibían respuesta como quien la daba.
Estas suertes se hacían para todas las cosas que querían hacer: como para sembrar y coger el maíz, caminar, edificar alguna casa, casarse o apartarse de su mujer, y para saber cuál sacrificio agradaba al trueno, a cuyo cargo decían que estaba el llover, helar y granizar. En estas suertes echaban conchas de la mar y, si salía que no, echaban otras suertes hasta que el adivino las aprobaba, y entonces el sacrificio se tenía por acepto. Contribuía el pueblo, como hemos dicho; lo entregaban a los oficiales de los sacrificios, diferentes que los adivinos, los cuales hacían lo que está ya dicho, y volvían cada uno por su parte a decir la respuesta del trueno y la causa por que estaba enojado y cuál sacrificio le era más acepto y, si quería que le añadiesen aquel u otros. El día de hoy deben advertir los curas que, si algunos indios tratan de hacer divorcio con su mujer, por las causas que ellos refieren, siempre suelen empezarlo a tratar, precediendo estos sacrificios y suertes, y así se ha de desterrar este abuso de entre ellos.
Otros, y especialmente indias, usaban para las adivinanzas echar un poco de agua en algún vaso o plato y luego coca mascada, o sin mascarla, y allí decían ellas que sabían lo que estaba por suceder, y respondían mil mentiras. El día de hoy lo usan gente, como tenemos dicho, pobre y miserable, sólo porque les den algo de comer, que a este fin lo hacen y, aunque muchos indios ya de razón y entendimiento conocen que es todo burlería y mentira, todavía llevados de la costumbre de sus mayores, acuden a estos adivinos en los negocios que se ofrecen.